El dolor (parte I)

Sentir, sufrir dolor en una o más zonas del cuerpo, es uno de los principales motivos de consulta de los pacientes en Kilabe. Pero… ¿cómo definimos qué es el dolor? En este artículo hablaremos acerca de él y trataremos de aclarar conceptos.

El dolor es la percepción del cerebro y del sistema nervioso cuando éste detecta un estímulo nociceptivo de nuestro organismo, que envía una señal para avisar del peligro que puede comportarnos.

Según la Asociación Internacional para el Estudio del Dolor (IASP), «el dolor es una experiencia sensorial y emocional desagradable asociada a una lesión tisular real o potencial, o descrita en los términos que evocan tal lesión.»

Ante un estímulo de dolor, se activan unas terminaciones nerviosas libres que se denominan nociceptores. Estas transmiten la información al sistema nervioso central hasta la médula, y al cerebro. El cerebro es el encargado de reunir la información de diferentes ámbitos: del sistema nervioso central, del sistema límbico o emocional y del exterior, el entorno, la situación y el momento en la que nos encontramos. Combinando toda esta información, el cerebro da una respuesta que identificamos como dolor.

Es importante tener en cuenta todas las circunstancias que pueden llevar el cerebro a decidir qué intensidad de dolor tiene.

El dolor es una respuesta necesaria para preservar la vida. Si no percibiéramos dolor, perderíamos nuestro sistema de alarma.

La percepción del dolor

La percepción del dolor viene dada, en gran parte, por como nos “anticipamos” mentalmente el dolor que sentiremos. Hay que prestar atención en aquellas cosas que pueden amplificar o perpetuar este dolor. Nos explicamos:

Cuando un niño pequeño cae y no se hace objetivamente mucho daño, una reacción exagerada por parte de la madre o padre, con susto evidente, levantando la criatura bruscamente, podrá generar una reacción en este, que romperá llorar y exagerará -fruto de la situación- el dolor que siente. Si la reacción del padre o padre es calmosa y tranquila (“¿Estás bien? ¿A que no ha sido nada? Arriba y levántate…”) la criatura no vivirá la situación con gravedad, se levantará y aquello no será nada.

Así, cuando somos adultos, si nos hacemos daño, según cómo reaccionamos, según nuestro estado de ánimo y según como ayude nuestro entorno, nuestro cerebro generará (enviará) más o menos intensidad de dolor.

El dolor tiene pues un componente subjetivo, que no significa que “inventemos” o que “agravemos” mentalmente sus síntomas, sino que significa que cada uno lo vive de una manera diferente. Además, cada uno tiene un umbral del dolor diferente.

La demanda de fisioterapia para el tratamiento y superación del dolor cada vez va en aumento, por lo tanto, una de las principales metas de los fisioterapeutas es la de ayudar a liberar al paciente de este dolor y el sufrimiento que conlleva. Y una de las maneras de ayudar, claro, es explicar cómo funciona el mecanismo del dolor y cómo podemos mejorar la percepción del mismo.

Tipos de dolor

Aparte de este componente de “subjetividad” que modifica la percepción, el dolor puede ser agudo y de corta duración, o bien crónico y a largo plazo evolucionar.

Podemos encontrarnos con varios sistemas de categorización del dolor, pero nosotros los clasificaremos en las siguientes categorías, en función del síntoma que se presenta en el organismo:

  • El dolor nociceptivo. Causado por daño al organismo y que actúa con función protectora. Son ejemplos el dolor articular, la lumbalgia, el dolor postoperatorio, la lumbalgia y las lesiones deportivas.
  • El dolor inflamatorio. Se produce a consecuencia de daños a los tejidos blandos del aparato locomotor. Suele ser de tipo localizado y de leve o baja intensidad. Se puede manifestar en la zona lumbar, caderas, manos, hombros …
  • El dolor neuropático. Se produce debido a lesiones o disfunciones del sistema somatosensorial. Este dolor aparece a raíz de un mal o enfermedad que afecta a cualquier parte de nuestro sistema nervioso, no es necesario que existan señales físicas evidentes. Se puede dar de forma espontánea, sin que se tenga claro su origen.

Cuando la señal nociva de dolor es suficientemente intensa o se prolonga en el tiempo, se desencadena una respuesta inflamatoria. Y sufrir dolor, claro, afecta a nuestro día a día.
Pero primero, hay que identificar la causa.

El Dolor inflamatorio produce rubor, calor, tumefacción, impotencia funcional severa, no permite movilidad, da dolor localizado, que mejora con el reposo y también mejora con AINES (antiinflamatorios). Un dolor agudo, que se presenta de repente, puede indicar que hemos sufrido una lesión: una vez la lesión se trata y/o se cura -sobre respetando los tiempos de curación-, el dolor debería desaparecer.

Si este dolor no se va con antiinflamatorios, es más difuso, mejora con un poco de movilidad, nos despierta de noche, entonces nos encontramos ante un dolor hipóxico, que se percibe cuando no llega suficiente oxígeno a los tejidos. Cuando un tejido es hipóxico tendrá menos capacidad de carga y se inflamará más deprisa. En el ámbito de la fisioterapia, se debe llevar a cabo un trabajo activo para recuperar el tejido y, además, debe hacerse readaptación al esfuerzo.

A veces también nos encontramos ante un síndrome de sensibilización central, que es un dolor de larga evolución, sumado a una preocupación excesiva. Quien padece este síndrome tiene mucho miedo los síntomas y hay mucho sufrimiento ligado el dolor. Es importante tratar esta patología tanto en el ámbito emocional como en el ámbito físico.

En la segunda parte del artículo hablaremos de los mecanismos que, en el ámbito fisiológico, desencadenan el dolor, cómo podemos intervenir directamente ayudándonos de la alimentación y hablaremos de cómo los fisioterapeutas podemos ayudar para resolver los procesos inflamatorios.


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